viernes, 26 de octubre de 2012

Go on, lay down, play dead, be dead.



Go on, lay down, play dead, be dead.

La temática de la muerte repercute en la vida como un arma punzo cortante que genera un morbo y un interés bastante directo, es como comprobar que la existencia depende de la vida, y que en la muerte, ya no existe tal dependencia, debido a que se anula la existencia misma.
La posesión de la vida como una manera objetiva de determinar la existencia, es incomprensiblemente comprobable, ya que al pasar al siguiente paso, el punto de “no retorno” es irreversible de verdad. Por lo tanto, es imposible determinar lo sucesivo o la manera en que ocurre.
El discurso sobre la muerte y la resurrección, también es una controversia, gracias a que en distintas creencias, se maneja como una idea plausible.
La resurrección, marca el final del inicio, o el final de un ciclo que representa el inicio de uno nuevo, además de coronar a la esperanza con una idea de regenerar la vida por miedo de la difusión de la energía o de la partición de lo que conocemos como alma.
En la historia se ha recurrido al término de “alma” para referir a aquello que nos significa vivos, es la denominación que se le da a ese ente desconocido que creemos que nos habita. Se trata de lo que anima al traje exterior que podemos conocer como cuerpo, de la misma manera que el helio al globo, o que la electricidad al foco.
Se dice que el alma es un ente creado de energía pura, la cual se transforma a lo largo de su existencia y de aquí es de donde nace la idea principal de la resurrección, como un proceso donde la energía del alma no se transforma del todo y regresa a habitar su traje-cuerpo que pereció por causas finitas.
Pero, por otro lado, se cree también que el mismo traje-cuerpo puede ser habitado por cualquier otro tipo de energía como se muestra en la literatura de Mary Shelley “Frankenstein, el nuevo Prometeo” Donde se somete a un homúnculo a la fuerza de la electricidad para generar un orden mecánico de vida, pero no un alma genuina.
Este es el caso al que refiere la resurrección asistida o ritual, donde por medio de una serie de invocaciones y energías diversas se interfiere con el campo de la decadencia corpórea y se regenera la energía componiendo un hábitat, una oquedad en el traje-cuerpo que es llenada con energías divergentes proporcionando los privilegios de la vida.
Siendo todo esto posible, se supone que existe un tercer elemento que haría falta para que se generara un ente por completo, y es a lo que los psicólogos y filósofos llaman conciencia.

El alma, además de cargar con la energía necesaria para dar función al traje-cuerpo, cuenta con un dispositivo que alude y confronta las acciones del mismo. Se le llama conciencia, y al parecer, no es posible generar una por medios artificiales, entonces si continuamos con el silogismo y pretendemos que la resurrección provocada genere un ente vivo, autosuficiente y capaz de reconocer su entorno y sus acciones, tendríamos que generar también una conciencia.
Es por ello que se genera la idea del “muerto viviente” el cual es un homúnculo inconsciente, capaz de causar daños y muerte o de someter a los vivos a situaciones de peligro debido a que cuentan con un instinto de supervivencia.
Dentro de los muertos vivientes, la historia y el cine han creado diversas modalidades. Una de ellas y la más importante, se refiere a una serie de homúnculos que se regeneraron por una gama diversa de situaciones desde rituales, provocaciones, maldiciones o incluso propiedades  minerales de la tierra, pero que al regresar a la vida, llevan consigo una característica que los hace temibles. Su falta de conciencia les genera un apetito insaciable por los cerebros humanos, convirtiéndolos en caníbales.
La idea del zombie o muerto viviente existe en todo el planeta como un proceso imaginario donde aún existe una última esperanza de obtener vida a costa de lo que sea. Todas las consecuencias necesarias a cambio de resucitar.



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