Go on, lay down, play dead, be dead.
La temática de la muerte
repercute en la vida como un arma punzo cortante que genera un morbo y un
interés bastante directo, es como comprobar que la existencia depende de la
vida, y que en la muerte, ya no existe tal dependencia, debido a que se anula
la existencia misma.
La posesión de la vida como una
manera objetiva de determinar la existencia, es incomprensiblemente
comprobable, ya que al pasar al siguiente paso, el punto de “no retorno” es
irreversible de verdad. Por lo tanto, es imposible determinar lo sucesivo o la
manera en que ocurre.
El discurso sobre la muerte y la
resurrección, también es una controversia, gracias a que en distintas creencias,
se maneja como una idea plausible.
La resurrección, marca el final
del inicio, o el final de un ciclo que representa el inicio de uno nuevo,
además de coronar a la esperanza con una idea de regenerar la vida por miedo de
la difusión de la energía o de la partición de lo que conocemos como alma.
En la historia se ha recurrido al
término de “alma” para referir a aquello que nos significa vivos, es la
denominación que se le da a ese ente desconocido que creemos que nos habita. Se
trata de lo que anima al traje exterior que podemos conocer como cuerpo, de la
misma manera que el helio al globo, o que la electricidad al foco.
Se dice que el alma es un ente
creado de energía pura, la cual se transforma a lo largo de su existencia y de
aquí es de donde nace la idea principal de la resurrección, como un proceso
donde la energía del alma no se transforma del todo y regresa a habitar su traje-cuerpo
que pereció por causas finitas.
Pero, por otro lado, se cree
también que el mismo traje-cuerpo puede ser habitado por cualquier otro tipo de
energía como se muestra en la literatura de Mary Shelley “Frankenstein, el
nuevo Prometeo” Donde se somete a un homúnculo a la fuerza de la electricidad para generar un orden mecánico de vida, pero no
un alma genuina.
Este es el caso al que refiere la
resurrección asistida o ritual, donde por medio de una serie de invocaciones y
energías diversas se interfiere con el campo de la decadencia corpórea y se
regenera la energía componiendo un hábitat, una oquedad en el traje-cuerpo que
es llenada con energías divergentes proporcionando los privilegios de la vida.
Siendo todo esto posible, se
supone que existe un tercer elemento que haría falta para que se generara un
ente por completo, y es a lo que los psicólogos y filósofos llaman conciencia.
El alma, además de cargar con la
energía necesaria para dar función al traje-cuerpo, cuenta con un dispositivo
que alude y confronta las acciones del mismo. Se le llama conciencia, y al
parecer, no es posible generar una por medios artificiales, entonces si
continuamos con el silogismo y pretendemos que la resurrección provocada genere
un ente vivo, autosuficiente y capaz de reconocer su entorno y sus acciones,
tendríamos que generar también una conciencia.
Es por ello que se genera la idea
del “muerto viviente” el cual es un homúnculo inconsciente, capaz de causar
daños y muerte o de someter a los vivos a situaciones de peligro debido a que
cuentan con un instinto de supervivencia.
Dentro de los muertos vivientes,
la historia y el cine han creado diversas modalidades. Una de ellas y la más
importante, se refiere a una serie de homúnculos que se regeneraron por una
gama diversa de situaciones desde rituales, provocaciones, maldiciones o
incluso propiedades minerales de la
tierra, pero que al regresar a la vida, llevan consigo una característica que
los hace temibles. Su falta de conciencia les genera un apetito insaciable por
los cerebros humanos, convirtiéndolos en caníbales.
La idea del zombie o muerto
viviente existe en todo el planeta como un proceso imaginario donde aún existe
una última esperanza de obtener vida a costa de lo que sea. Todas las
consecuencias necesarias a cambio de resucitar.
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